El 25 de enero, se celebra el Día de la Mujer hondureña en memoria de la primera conquista política de las mujeres en 1955: el derecho al sufragio, durante el gobierno de Julio Lozano Díaz. Fue una lucha histórica cuyo logro principal fue el reconocimiento de sus derechos políticos que permitió que las mujeres pasaran del campo doméstico al campo público y político.
Sin embargo, la conquista del 55 no eliminó la mayoría de las esclavitudes, ya que sin ningún reconocimiento ni valoración siguió desempeñando tres funciones esenciales en la sociedad: profesionales, maternales y conyugales, además de ejercer una labor en el campo público y político. Trinomio difícil de equilibrar y al que sólo la sensibilidad y la inteligencia femenina hace que se ejecute con eficacia.
La conquista del 55 no incremento su participación en cargos políticos o de elección popular y para muestra los siguientes datos: La Ley Electoral vigente estipula una cuota mínima del 30% para las mujeres en los cargos de elección popular, aunque se han logrado avances al incorporar más mujeres en las planillas, aun no se cumple con ese compromiso. Para el periodo 2010 - 2014, el porcentaje de mujeres electas como alcaldesas es del 6% en todo el país. Es decir 17 de los 298 municipios están regidos por mujeres. Como regidoras fueron electas 448 mujeres, que equivale al 22.4% del total de regidurías. En el Congreso Nacional solamente el 19% de curules son ocupadas por mujeres, lo que significa 25 diputadas frente a 103 diputados y que responde a la estrategia de los partidos políticos y no a las aspiraciones y necesidades de las mujeres.
La falta de equidad también está a la orden del día. Por ejemplo, el informe sobre Desarrollo Humano, señala que el nivel académico alcanzado por las mujeres es muchísimas veces más alto que el de los hombres. Sin embargo, no siempre se traduce en una mejora de sus condiciones de trabajo o en mayores oportunidades en el mercado laboral.
Lo más cuestionable y que no puede pasarse por alto en este día de celebración, es que a varias décadas de la proclamación de los Derechos Humanos, la violencia contra la mujer siga afectando a muchas familias y a la sociedad en su conjunto: Violencia vinculada al poder, al privilegio y al control ejercido por parte de los hombres y permitido por las mujeres, la violencia fomentada por la desigualdad de oportunidades y de derechos que hay entre hombres y mujeres, el desconocimiento o no aplicación de la ley y la ineficiencia del Estado para garantizar la seguridad y el acceso a una vida digna de las mujeres en todos los espacios donde se desempeña y vive. Sumando esto, un tema grave: el aumento de los femicidios.
Es necesario dejar de transitar por el camino que fortalece la cultura de muerte y que golpea con más saña a la mujer por ser más vulnerable. Para la Iglesia es urgente el compromiso ético y profundamente evangélico en este campo. Los Obispos en el documento de Aparecida No. 258 nos recuerdan la necesidad de: “Impulsar la organización de la pastoral de manera que ayude a descubrir y desarrollar en cada mujer y en ámbitos eclesiales y sociales el “genio femenino” y promueva el más amplio protagonismo de las mujeres”, acompañar a asociaciones femeninas que luchan por superar situaciones difíciles, de vulnerabilidad o de exclusión. Promover el diálogo con autoridades para la elaboración de programas, leyes y políticas públicas que permitan armonizar la vida laboral de la mujer con sus deberes de madre de familia.
La conmemoración de este día debe sensibilizarnos y comprometernos para trabajar por una sociedad más justa, fraterna y equitativa para mujeres y hombres, al estilo de Jesús de Nazareth.